La poesía del viaje : Bruno Schulz

sábado, 8 de febrero de 2014



[…] En mayo los días eran como Egipto, de color rosa. En la plaza, la luz desbordaba todos los límites y ondeaba. En el cielo, los cúmulos de nubes veraniegos arrodillábanse esponjosos tras las grietas de luz, volcánicos, muy marcados, y Barbados, Labrador, Trinidad, se teñían de color rojo, como vistos a través de gafas de rubíes; durante sucesivos pulsos y embelesamientos, en el transcurso de ese rojos eclipse de la sangre que late en el cerebro, la corneta de Guayana atravesaba el cielo, crepitaban todas sus velas. Se deslizaba, haciendo resonar las telas, pesadamente, entre gruesas cuerdas y gritos de remolcadores, entre la indignación de las gaviotas y el resplandor rojo del mar. Entonces, crecía en todo el cielo y se desplegaba ampliamente, inmenso, un confuso aparejo de sogas, escaleras y perchas, bramando, la tela desdoblada en lo alto, se rompía el prolífero espectáculo aéreo de velas, baupreses, foques, en cuyas ventanillas aparecían por instantes pequeños, ágiles negritos corriendo en ese laberinto telar, extraviándose entre las señales y las figuras del fantástico cielo de los trópicos.

Más tarde, el escenario cambia; en el cielo, en las masas nubosas, culminaban hasta tres eclipses, humeaba la brillante lava trazando con una línea luminosa los severos contornos de las nubes, y –Cuba, Haití, Jamaica-, el seno del mundo, ahondaba, maduraba cada vez más visiblemente, lograba lo esencial y, de repente, toda la quintaesencia de esos días se derramaba: la oceanidad murmurante de los trópicos, archipiélagos azules, dichosos atolones, torbellinos ecuatoriales, monzones salados.

        Con el álbum de la mano leía la primavera. ¿Acaso no era ella un gran comentario de los tiempos, la gramática de sus días y noches? Esa primavera declinaba en Colombia, Costa Rica y Venezuela ya que, en realidad, México, Ecuador y Sierra Leona no son más que una rebuscada superficie, un refinamiento del sabor del mundo, una postrera y definitiva posibilidad, un callejón sin salida del aroma, en el que se pierde el mundo en sus búsquedas ensayando todas las escalas del teclado.

        Lo importante es no olvidar, con Alejandro Magno, que ningún México es el último, que es sólo un punto de paso, que el mundo va más allá y, tras cada México, se abre un nuevo México todavía más deslumbrante, archicoloreado y superaromático.


Bruno Schulz, Primavera, XIX, en Sanatorio Bajo la Clepsidra.
Madrid: Editorial Siruela, 1998 .

Imagen obtenida en http://fcit.usf.edu/holocaust/gallery/p175.htm

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