Es sabido que al venirse al Perú los españoles trajeron muchas armas, entre ellas el catolicismo. Tranquilos amigos bien pensantes y fervorosos creyentes, no enciendan todavía los fanales con el que suelen quemar a cuanto apostata se cruce en vuestro camino. He de decir que la religión católica también hizo lo suyo: le permitió a esta parte del mundo por fin tener una unidad, aunque sea religiosa; estimuló las ideas con las universidades que estaban a su cargo y permitió algo que hasta entonces nadie se había atrevido a hacer: adentrarse en la desconocida e ignota selva, allende los Andes, que se empezó a conquistar gracias a los misioneros.
Tales cosas le permitieron a la iglesia católica tener autoridad y ser considerada por el poder secular como una gran aliada en la defensa de las conveniencias de España. Así que ambos estamentos (el civil y el religioso) prohijaron una de las maquinas represivas más perfectas que se pueda imaginar: el Tribunal del Santo Oficio a través del cual velaron por la defensa de la fe y la moral y el orden público. Esta institución fue traída al Perú donde también castigaba delitos como aquellos que atentaban contra la fe (judíos, protestantes, mahometizantes), contra la moral (blasfemia, bigamia, brujería), o contra el mismo Santo Oficio. Además censuraba libros que pudieran ofender los dogmas católicos o los intereses del reino. Eso sí, no tenía autoridad sobre los indígenas.
El tribunal extendía su inmenso dominio desde Panamá hasta Argentina. Inicialmente las sede desde donde dirigía tan amplio territorio estaba ubicado frente a la iglesia de La Merced en el jirón de La Unión (calle sobre la cual he escrito una entrada que puedes ver aquí) hasta que se adquiere el local cuya visita es motivo de esta entrada y que se conoce hoy como EL MUSEO DEL CONGRESO Y DE LA INQUISICION. Luego de abolida la Inquisición este lugar se convertiría en cárcel para presos políticos y comunes, luego pasó a ser cuartel y una parte de su local fue ofrecida a los bomberos de la compañía Roma, la primera de Lima y que fue fundada en 1866 por la colonia italiana residente en el Perú. Finalmente este sitio se convirtió en sede del Senado hasta 1939.
Museo de la Inquisición. Lima - Perú. |
La fachada neoclásica de este museo, hecha en 1897, desentona con todos los armatostes de cemento que se ubican alrededor. Es la única cosa con algo de armonía en medio de esa convulsión perenne que es la avenida Abancay. Hasta allí se puede llegar muy fácilmente desde la Plaza de Armas de Lima en una caminata de 10 minutos.
Hay que esperar a la sombra de esta simpática fachada a que se inicie una nueva visita (solo se permite el ingreso en uno de estos grupos que van con guías), las cuales empiezan cada 30 minutos, aproximadamente. La entrada es gratuita por lo que este es un lugar ideal para todo mochilero que quiere ahorrarse unos centavos haciendo y visitando algo distinto. La visita te lleva primero por un hall octogonal que da acceso a la Sala de Audiencias del Museo, un lugar donde se simula la celebración de un juicio. En el centro de la mesa se ve sentado a un muñeco que representa al inquisidor, que es escoltado por el fiscal y un asesor en materia teológica al que se le conocía como calificador. Ellos se dirigen al reo, quien se encuentra de pie frente a estos jueces. Pero lo más sorprendente de esta sala es el extraordinario artesonado mudéjar de 1750 y que tiene 30 mil piezas unidas con la técnica del machihembrado, es decir no se ha usado para juntar todas esas piezas ningún clavo.